Violaciones hay todos los días en cualquier parte del mundo y no solo en las guerras : quince diarias en Brasil , una cada siete horas en España, sin contar las que no se denuncian …Y no parece que el número les quite el sueño a las autoridades.
La violación de una chica de diecisiete años en Brasil por treinta bestias humanas no sería noticia si no se hubiese colgado en las redes sociales. Confiemos en que la repulsa que provocó ayude a que el delito no quede impune.
Desde que existe Internet , al placer sádico de la violación se une la satisfacción de que los demás lo vean. El deseo de difundir las “hazañas eróticas “ es aún más fuerte que el de humillar y hacer daño, y, sin duda, es mayor que el placer sexual que puede conseguirse con la violación de una adolescente drogada ,que sangra por sus genitales y que es compartida por treinta tipejos.
El afán de la notoriedad llevó hace XX siglos a un pastor griego a quemar el Partenón de Atenas y hace unos años a unas adolescentes españolas a matar a una compañera de colegio, sin otro motivo que el de salir en la tele y las revistas. Y los que queman a indigentes o dan palizas a un rival del futbol lo cuelgan en la red: disfrutan con eso. El castigo por difundir el delito es pequeño y la satisfacción , grande.
Solo un castigo duro puede evitar que cunda el ejemplo y las redes se conviertan en escenario de vídeos muy semejantes a los snuff.