Estaba yo en la cola del autobús y oi: «Tú aguanta que ya se le pasará. ¿Separarse? ¡De ninguna manera! Ya se cansará de la otra…»
La solución del problema consistía en capear el temporal y no aceptar de ninguna manera la ruptura. Con el tiempo él volvería al redil, aseguraba la que parecía tener más experiencia del asunto o más claras sus preferencias en la vida: Lo peor es que se vaya, le decía. Y la otra, con expresión dolorida replicaba: «No sé, no sé…»
¿Lo peor? Releo la carta de una lectora: «Estoy sufriendo como jamás creí que se pudiera sufrir. Es un sentimiento tan profundo y tan doloroso que no tengo palabras para describirlo. Si la persona en quien más confié, la que me hizo durante mucho tiempo sentirme querida, deseada, valorada, me falló, ¿cómo volver a creer en alguien?».
El dolor del abandono es uno de los más difíciles de soportar porque al dolor de la pérdida se une un sentimiento inevitable de culpabilidad («¿qué he hecho mal para que me ocurra esto?») y de autodesprecio («no valgo nada, por eso me deja»). Lo que me pregunto es si la autoestima de quien aguanta lo que sea para evitar la ruptura no queda igualmente dañada, si no se siente igual de herida la mujer abandonada que la que espera a que el otro se canse de su nuevo amor.
En contra de la postura de aguantar a palo seco, o de fingir que no se entera del problema, hoy los psicólogos suelen recomendar la actitud de afrontar los hechos e intentar encontrar, hablando serenamente la pareja, una solución. Vuelvo a mis cartas: «Lo intenté todo: hablar, ser comprensiva, perdonar, aceptar sus mentiras, sus engaños, esperar; incluso compartirlo con la otra. Yo hubiera dado mi vida por él pero él sólo quería irse.»
Aquello de «cuando uno no quiere dos no riñen», que suele dar resultado aplicado a la amistad, no parece eficaz en la pareja amorosa. Sigo con el testimonios de lectoras: «Cuando mi marido me dijo que había dejado de quererme, no tenía mejor amiga, ni compañera, ni persona que más lo quisiese, lo respetase; que más desease hacerlo feliz, que más luchase por la relación , que más se esforzase por ayudarle en su profesión , y, aunque parezca de risa, que mejor cocinase para él , que yo.»
Son fragmentos de cartas de mujeres en torno a los cuarenta años. He recibido muchas , pero las frases se repiten. También he recibido alguna de chicos muy jóvenes, y , en dos años, solo una de un hombre que cuenta una experiencia de este tipo: la de haber sido abandonado por alguien que te quiso y que dejó de quererte mientras tú aún lo querías. Es posible que las mujeres y los jóvenes sean más proclives a escribir y contar sus penas que los hombres maduros, pero no deja de ser significativa la diferencia. Da la impresión de que , a partir de cierta edad, en las parejas , el que deja de querer o se enamora de otra persona es el varón.
Lo que sí parece claro es que hay tres tipos de actitudes ante ese problema de la aparición de un nuevo amor cuando ya se está comprometido. Una es la de aquellos que anteponen sus creencias religiosas, o su sentido del deber y la fidelidad, con lo cual se desecha lo nuevo y la pareja se mantiene unida. La segunda es la de quienes piensan que las cosas duran lo que duran y, cuando aparece alguien que les apetece más, adiós muy buenas y ahí te quedas. Y la tercera es la de quienes intentan vivirlo todo sin renunciar a nada y van trampeando entre la familia y la aventura.
Lo que la mujer haga para retener al hombre que se enamora o se encapricha de otra no parece influir demasiado en su decisión de permanecer o irse. Quizá con los del tercer grupo , pero ni siquiera hay reglas fijas: lo que para uno es eficaz, a otro puede ponerlo en fuga. Y sobre todo, como decía la chica del autobús: no se sabe qué es lo peor.
Para mí, en teoría, lo peor es lo que tan bien contó Edith Warton en La edad de la inocencia: vivir toda la vida con un respetable marido, sabiendo que él está enamorado de otra mujer. Aunque quizá en la práctica no sea tan malo. Quien sabe. Yo sólo puedo hablarles de los del segundo y tercer grupo y tampoco es para cantar de alegría. Pero así es la vida , ¡qué le vamos a hacer!
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