Leo en la Voz de Galicia un interesante artículo sobre lo que llaman antiniñismo o niñofobia, unha actidude de muchos adultos que quieren a los niños “lejos”.
Los sociólogos ponen el acento en el egoísmo e individualismo de esa actitud , pero los comentarios al artículo se decantan por señalar lo que hay de mala educación por parte de los padres, que en lugar de ocuparse de sus hijos e impedir que molesten al prójimo se dedican a consentirlos, y dejarlos campar a sus anchas.
Los niños pueden ser maravillosos, una de las alegrías de la vida: su mirada luminosa, su risa feliz, la gracia de sus movimientos, su forma de hablar…Pero pueden ser una tortura cuando no se ha sabido encauzar sus instintos para convertirlos en seres sociales.
Creo que vivimos en una sociedad, al menos la clase media, en la que los niños imponen su voluntad a las familias y hacen lo que les da la gana, que con gran frecuencia significa gritar como posesos, perseguirse entre las mesas de los restaurantes, patear reiteradamente el respaldo de tu butaca, tirase “a bomba” durante horas en la piscina impidiendo nadar a quien lo desee, correr y gritar por los pasillos del hotel o del apartamento de verano a la hora de la siesta… o tumbarse espatarrado en el pasillo de un vagón de tren, hasta que el padre , de malos modos y entre pataletas y berridos, lo levanta para dejar pasar los viajeros.
O sea que la niñofobia es comprensible. Niños si, pero bien educados.